Foto por Jim Rafferty vía flickr, bajo licencia de Creative Commons.
Nunca antes había pensado en el poder tan grande y subestimado que tiene el botón de play. Recién me doy cuenta de que la acción de reproducir películas y música impulsada por ese botón me ha cambiado la vida muchas veces, pero también descubrí que tiene otro poder: lograr la cercanía.
Para enfrentar y mitigar el dolor que siento por la muerte de Gustavo Cerati, he escuchado mucho su música en estos días. Es extraño, pues desde que le ocurrió el ACV y quedó en coma, empecé a escucharlo menos. Dejé de hacerlo porque cada vez que lo escuchaba me ponía triste al recordar su estado de vida sin vida. También recordaba el sufrimiento diario de su mamá, sus hijos y sus demás allegados. Aunque nunca tuve el honor de conocerlo en persona, él y su música han sido muy importantes para mí. Por lo tanto, estos cuatro años insertaron preocupación y melancolía en una porción mi corazón. Para no afligirme, me fui alejando musicalmente de Gus, aunque nunca dejé de pensarlo y de desearle bien.
En estos días me he dado cuenta de que cada vez me aferro más a su
música, como cuando empezaba a descubrirla hace doce años. Me sorprendí al reconocer
que esto es provocado por un deseo muy grande: el querer acercarme a Gus una
vez más, aunque sea de manera simbólica o espiritual.
Claro, él ya no está presente en el plano físico. Sólo quedan sus
restos en una caja cruel que se encargará de guardar su belleza deteriorada por
el sueño eterno. No obstante, siento que si lo escucho hasta el cansancio podré
acercarme de alguna manera y Gus reaparecerá. Se siente como si fuera una última
oportunidad de agarrarlo antes de que él continúe con su viaje, como si poner
su música se tradujera a un “¡Espera! ¡No te vayas todavía!”.
Otro hallazgo es que ya no me siento triste al escucharlo. Sólo me
sucedió la primera vez que puse una canción suya luego de su partida definitiva.
Dos o tres días después de la noticia, decidí escuchar “En la ciudad de la furia” para saber mi reacción y eliminar el temor de la posibilidad de sentirme
triste. Esa fue la primera vez en mi vida en que se me hizo difícil darle play a una canción. Si mi iPod hubiera
tenido conciencia, se hubiera impacientado y quizás me hubiera agitado para que
le diera play y no prolongara más la
cuestión. Finalmente, lo hice. Al minuto ya se me habían escapado unas
lágrimas. Fue agridulce el escucharlo, pero también fue bueno degustar la voz
de un Cerati más joven cantando uno de los temas más icónicos del rock en
español y uno de mis favoritos.
Cuando la canción terminó, más lágrimas habían salido. Ese simple acto
de darle play a una canción se
convirtió en un proceso catártico que yo necesitaba, de derramar unas lágrimas adicionales
que faltaban por salir. Eso me dio el empujón y el valor de seguir escuchando a
Gus, de tener cercanía luego de la lejanía.
Ahora que ya no está, lo siento más cerca. Su música se fusiona con mi
alma. Ha quedado nula la porción de agonía en mi corazón, pues él ya no está
confinado a la inmovilidad de su tiempo congelado.
No comments:
Post a Comment